28 jul 2012

Los miedos

Desde que D era muy pequeño ha tenido bastantes miedos. Es y ha sido un reto para mí lidiar con tanto terror. Aunque afortunadamente tanto su padre como su madre hemos sido niños miedosos y recordamos perfectamente lo mal que se pasa, no solamente cuando sufres el miedo, sino sobretodo cuando lo sufres en silencio por la incomprensión de tus padres.


Ya fue un bebé ansioso. A los tres años no podíamos tener bombillas ni lámparas en casa, decía que le "miraban", que tenían ojos. Después pasó la época de los terrores nocturnos, fue horrible, parecía que se moría de miedo (aunque él no parecía ser consciente de vivir aquello).
Poco más tarde llegaron las pesadillas... uffffff ha habido épocas realmente malas de no querer dormirse por miedo a tener sueños terroríficos.




Cuando tenía cuatro años íbamos a la piscina cada diez o quince días porque le tenía pánico al agua y yo fui acompañándole con muchíiiiisima paciencia y muchos juegos (al final aprendió a nadar él sólo el verano pasado con seis años recién cumplidos).


Un día se le ocurrió preguntarse y preguntarnos si de verdad existían las personas malas que matan gente o roban niños.


Entonces comenzó la época de los "roba-niños". No quería salir a la calle, todas las personas le parecían sospechosas, a veces sin más ni más se ponía a gritar señalando a alguna persona: ¡UN ROBANIÑOS!
Era algo horrible. Cuando ya tenía casi cinco años comprendió que eso era inadmisible, así que le propusimos que usara un calificativo alternativo, no sé cómo se le ocurrió llamarlos "paraguas". Así que entonces cuando veía a alguien que le aterrorizaba gritaba: ¡SOCORRO UN PARAGUAS!


Sí, parecía un chalado, pero ya sabemos que a los niños nadie se los toma en serio, y al menos nos ahorrábamos el bochorno y el mal trago de los pobres viandantes.


No os quiero contar las cábalas que he tenido que hacer para apartar a mi hijo de todos los titulares de los últimos meses sobre los casos de "Los niños robados" no fuera a ser que se reavivara ese miedo que ya creemos superado...

Con cinco años empezamos con la hipocondria, una cosa tremenda para un niño tan pequeño, es escuchar hablar de cualquier enfermedad y se pone enfermo él: ¿y qué puede pasar? ¿y me puede pasar a mí? ¿y se puede curar? ¿y si no te curas qué pasa? ¿y te puedes morir? (ya hablaré en otro tema del miedo a la muerte porque merece apartado especial).



Lo peor de la hipocondria es que se lava las manos mil veces al día (le he tenido que prohibir usar jabón porque se iba a despellejar) y si se cae algo al suelo no lo quiere recoger por si se mancha la mano, y muchas cosas similares que me ponen de los nervios!!!!!


Bueno, para continuar con la cronología del terror, hace unos ocho meses comenzamos con las "caras feas". Vaya tela!!! no podíamos leer libros nuevos, porque en todos podían salir caras feas (así como alargadas, pálidas, con dientes que faltan o que están negros, con sonrisas raras,...). Dice D que esas caras se le quedan en el cerebro y no puede quitárselas y le dan mucho miedo.


No le dan terror los monstruos terroríficos, son las "caras feas"... qué cosas.



Por los monstruos también pasamos, ahora que me acuerdo. Era más pequeño, cada noche el mismo ritual, teníamos que desinfectar la habitación entera, pasábamos un buen rato (era una visualización) para él siempre quedaba alguno más escondido. Una vez que los habíamos expulsado a todos comenzaba el blindaje de puertas y ventanas para que no pudieran entrar. No fue una época muy larga, la verdad. Lo que tiene D (para lo bueno y para lo malo) es que es muy racional, así que enseguida pudo sobreponerse y pasar de ellos sabiendo (siempre lo supo) que realmente no existían.


De pequeño no podíamos ir a las ferias, tenía pánico de montarse, del ruido... Ya no hablemos de payasos o similares ¡ahhhh!


Seguro que me dejo mil miedos más que hasta se me van olvidando.
Ha tenido miedo de lugares, personas, cuentos, películas y canciones.


Una de las pocas cosas de las que casi nunca ha tenido miedo es de los animales, eso sí que es curioso, porque muchos niños suelen temerlos. Él no.


Pero para ir al grano... la cuestión es ¿Qué hace uno con todos estos miedos?


Al principio todo era taaaaaan sencillo... pues respetarlos ¿no? y ya está, ya se irán pasando.... eso dicen los manuales de crianza respetuosa... ayyyyy esos manuales... para mi hijo han servido tan poco...


En fin, que nada, que eso no valía, cada vez más miedos, cada vez peor. Pasamos a la técnica del: Yo te lo aseguro, no hay nada que temer, yo te protejo... en fin, tampoco, como quien oye llover.


Alguna vez incluso llegué a espetarle consciente y voluntariamente: ¡D por favor, no seas tan gallina! para comprobar (lo confieso) si iba a resultar que esa educación que nosotros recibimos era mejor y que todos esos miedos del niño eran por mi forma tan blandengue de tratarlos.


Había que probar y había que aprender. Y en modo alguno me arrepiento, lo digo por si alguien que lee la entrada va a increparme (como tristemente suele ocurrir cuando una cuenta sus miserias de forma sincera).


En cualquier caso la educación tradicional tampoco funcionó.


¿Funciona algo?


Pues sí, la verdad. Desde hace algún tiempo la cosa va mejorando. Aunque también es cierto que nuevos miedos afloran en sustitución de los antiguos, pero aquí de lo que se trata no es de que no tenga miedos o de que tenga menos miedos.

Cuando comprendí eso fue todo más sencillo.


Un día asimilé que una de las cosas que mi hijo ha venido a aprender a esta vida es a atravesar el miedo, a aprender de él todo lo que pueda para poder (en esta u otra vida) trascenderlo.


Desde entonces todo va mejor. Usamos a veces flores de Bach, pero no para que los miedos se vayan, sino para tomar conciencia de ellos, para aprender de ellos.


Una de las cosas que hablamos mucho es del "miedo al miedo". Poco a poco él ha ido viendo que además de todos sus miedos él también tiene miedo a tener miedo. Todavía no puede entender que realmente ese es el único problema. Es pequeño para eso, pero ahí estamos, y creo que un día es posible que se dé cuenta.


Por las noches, antes de dormirse, casi todos los días lo último que me dice es la retahila de miedos que tiene en la cabeza: "tengo miedo a que le pase algo a papá" "tengo miedo a coger la enfermedad que tuvo el tío" "tengo miedo de que se muera fulanito" "tengo miedo a tener pesadillas" "tengo un miedo que no sé cuál es"... y a veces acto seguido se queda frito.


Necesita verbalizarlos. Los hemos trabajado bastante, hemos hablado de ellos, y desde hace algún tiempo realmente solo respondo: Ahá.


A veces no es suficiente, últimamente todas las noches necesita  hacer una visualización o una relajación para poder conciliar el sueño. No hay problema. Me parece fantástico aprender juntos nuevas estrategias.


Así que ahora mismo hacemos un trabajo con los miedos que incluye muchos aspectos que veo fundamentales para él.


Cuando se acuesta en la cama, o simplemente si está aterrorizado por algo, le pido que se tumbe y simplemente respire. Que respire sin más, atento solo a la respiración. Entonces vamos haciendo una relajación guiada (durante unos tres o cinco minutos, voy observando que no puedo extenderme mucho más) le recuerdo que el miedo está en el cuerpo, que es una sensación que se siente dentro, por el torso, por la tripa, por los brazos y piernas. Le animo a buscar esa sensación.


Le recuerdo que vamos a sentir el miedo en el cuerpo, y que así no tendrá que sufrirlo en la mente. Lo sentimos y no lo pensamos. Le digo que no le permita a su mente que le arrastre, que sienta el miedo en el cuerpo, que yo lo siento como un nudo, una opresión, una energía interna que se mueve, que a veces me da escalofríos, que a veces me eriza la piel. Le digo que puede estar por cualquier parte, presentarse de cualquier forma, pero será molesto y tal vez algo doloroso, que lo detectará enseguida.


Cuando sé que lo ha encontrado le digo que le permita moverse, que le deje espacio para existir, que el miedo no es nuestro enemigo, no queremos eliminarlo, queremos conocerlo y dejar de temerlo, dejar de huir de él de forma constante, dejar de escapar y luchar contra él.


Le digo que le permita moverse dentro, y que sienta como se puede mover, y por tanto cómo se puede ir de dentro... solamente hace falta darse cuenta de que ese miedo está dentro y no permitirle a la mente que nos agobie.


A veces le explico el por qué de todo esto, la mayoría de las veces no.


A veces me ha sorprendido que empieza a poder usar él estas herramientas en situaciones en las que yo no estoy y las necesita.

Tengo la intención de ir contando en entradas siguientes cómo trabajamos juntos con las emociones, y cómo estas se presentan como una puerta, una oportunidad para entrar a conocernos mejor y a encontrar nuestro ser esencial.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estoy muy sorprendido de tus vivencias, tengo una niña de 2 años que hasta no hace poco la gente no se podía acercar, ni siendo familiares no directos ( mi mujer y yo ) ni nada. Enseguida que veía a alguien acercarse a ella empezaba a llorar. Afortunadamente se le ha ido pasando, pero también es cierto que intentamos siempre ir a los mismos lugares por las mismas calles...

Yasmina dijo...

Hola!

he descubierto tu blog por casualidad y al leer los miedos de tu niño, me he sentido muy identificada...es como si hubiera vuelto a mi niñez.

Hoy, ya con 29 años, independizada y más segura, sigo sintiendo 'mis miedos', a veces curiosos y sorprendentes.
Entiendo muy bien cuando dices 'Un día asimilé que una de las cosas que mi hijo ha venido a aprender a esta vida es a atravesar el miedo'.

No hay mayor tranquilidad que ser consciente de tu vida, tus límites, para qué has venido y qué vas a aprender.

Gracias por tus palabras.